En cuanto uno sale de su rinconcito de Madrid y pasea por el norte de la capital, se ve sumergido en un mar de sonidos mucho menos artificiales. Los gatos pasean a sus anchas, se escuchan los grillos y pían los pájaros.
Ayer andaba jugueteando a mi lado un carbonero común que, imagino, tenía mejores menesteres que el de posar para mí que iba cámara en mano. Sin embargo, no dejaba de revolotear por encima mío así que me dejé «querer» por unos instantes (vale, fue un buen rato) pensando cómo debe sonar un Parus major para un francés.
Todos hemos crecido emitiendo los sonidos de los animales en clase o en casa a modo de juego sin darnos cuenta de que ese son no es algo universal (como casi nada en el mundo cultural y lingüístico). El perro no hace «guau» en catalán sino «bup» y el gallo no hace «kikirikí» en finlandés sino «kiriki-kí».
Y, claro está, tampoco los pájaros pían en otras lenguas como bien sabe apreciar mi estimado James Chapman.